Por Eli Martínez
Uno de los procesos más dolorosos que pueden experimentar los seres humanos es el proceso de ruptura de una relación amorosa, especialmente después de años de convivencia juntos y, sobre todo, cuando hay hijos de por medio… Ellos son las verdaderas víctimas, ya que no hay vencedores y vencidos, tan solo sobrevivientes.
Tomar la decisión de terminar es, en primaria instancia, un proceso doloroso que puede durar incluso años. A esto se le conoce como el “impasse”: “me divorcio – no me divorcio”, “vale la pena terminar o no”, “vale la pena luchar o no”. Lo recomendable en este sentido es acudir a un especialista para tener claridad y tomar la mejor decisión para todos los involucrados. Sin embargo, hay ocasiones en que posponemos tomar una decisión que en el fondo sabemos que es necesario tomar. ¿Cuándo es el momento? Cuando se han tratado de superar los obstáculos y, aún así, la indiferencia, las muestras de desamor y, principalmente, la violencia, faltas de respeto, así como el involucramiento de los hijos como medio de control y manipulación va en aumento.
Separarse en amor, requiere del reconocimiento de que nosotros elegimos a la pareja en cuestión, que no somos víctimas, sino cocreadores de esta historia que no funcionó; que el otro, simplemente cumple la función de mostrarnos como un espejo nuestros puntos ciegos, nuestras heridas no sanadas, nuestras propias necesidades no resueltas, nuestro grado de autoestima, nuestra propia toxicidad… En fin, es el personaje perfecto para nuestro proceso evolutivo. No es casualidad que se hayan cruzado en nuestro camino, no somos víctimas de todo lo permitido en la relación; ya que nos encanta pensar que “el otro es el culpable de nuestro sufrimiento”. Esto jamás es así, nosotros decidimos qué hacer con lo que hace el otro. Desgraciadamente, vivimos en una cultura de autocompasión en donde nunca somos responsables de nuestras decisiones y acciones, lo cual nos da derecho de atacar, culpar, destruir y violentar al otro.
Los hombres muchas veces se vengan a través del dinero, las mujeres a través de los hijos (alienación parental), en donde, muchas veces parecen preferir odiarse que separarse, ya que el odio es la única emoción que los mantiene unidos. Si se acaba el odio, se acaba el amor…
Realizar un proceso de duelo y pérdida por parte de todos los involucrados es necesario para poder liberar y liberarnos. Reconocer lo bueno que también hubo es importante, honrar a la pareja por formar parte de tu destino, desearle que le vaya bien y que encuentre en su camino siempre lo mejor, aunque no sea con nosotros, habla de nuestra grandeza, habla del verdadero amor, ya que amar significa comprender que el amor no es una obligación, sino una decisión en primera instancia y que, sería hermoso celebrar el bienestar y la felicidad del otro. Esto sería un gran regalo para los hijos, pudiendo honrar a su vez a papá y a mamá por igual. ¿Tú qué opinas?
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