El Poder de la Educación
Por Diana Lorena Rubio
Siempre he sido una persona curiosa, persistente y resiliente. Crecí en Querétaro, donde mis padres, de origen rural, se establecieron y tuvieron una familia de cuatro hijos. Me formé y tuve mi propia familia: dos hermosas hijas y un increíble esposo. Aquí también fue donde comencé a desempeñarme como profesional de la educación, lo que descubrí que sería mi más grande pasión.
Al terminar mis estudios como licenciada en educación física y comenzar a trabajar dando clases en una materia que había escogido por estereotipos de género y por falta de información, me dí cuenta de la sed que tenía sobre el conocimiento, siempre buscaba complementar mis actividades con lecturas, participaciones en congresos y discusiones con mis colegas.
Poco después me acerque al instituto de Neurobiología, donde estudié la Maestría en Ciencias y el Doctorado en Ciencias Biomédicas. De esa forma conocí el maravilloso mundo de la ciencia del sistema nervioso. Descubrí mi vocación debido a una invitación para participar como docente en educación media superior. Después de muchos primeros acercamientos f rustrantes con jóvenes, decidí (como buena científica) a resistirme a lo establecido. Así que comencé a imaginar nuevas formas de dar clases, nuevas formas de interactuar con mis alumnos y crear junto con ellos formas diferentes de incidir en sus vidas a través de mis clases.
Luego de tomar algunos riesgos, como dar clases al aire libre para aprender biología, diseñar experimentos para que el estudiante conociera lo que hace un científico y desarrollar habilidades científicas básicas, invitar a científicas y a mujeres líderes en empresas con base científica. Me di cuenta que mis alumnas reconocían modelos a seguir, mujeres en áreas científicas, cuyo desempeño no está peleado con ser madres o esposas. Enseñar, para mi, trae consigo muchísimas cosas hermosas. Pero sin duda, mi parte favorita es poder enseñar ciencia. Esto me ha dado la oportunidad de aplicar mis conocimientos en neurociencias en la educación, por lo que cada interacción con mis alumnos para mi es una oportunidad de hacer nuevos hallazgos. Así, el aula se vuelve un laboratorio de enseñanzas que me motiva y me entusiasma.
Me encanta la responsabilidad que tengo de ser educadora, y esto implica asegurar el derechoalaeducacióndelasylosjóvenes. Ver florecer su vocación por la ciencia, mientras otros se integran como ciudadanos críticos y activos en sus comunidades, haciendo aportes con una perspectiva de transformación social.
A pesar de todo lo bueno que he vivido como profesora, reconozco que en esta profesión existen muchos desafíos. Sin embargo, el mayor desafío para mi es que algunos docentes no somos conscientes de la relevancia que tiene nuestra actividad diaria frente al grupo. El papel actual del docente va más allá de impartir un programa de estudios, el nuevo rol tiene un enfoque humanista, integral y orientado al bien común. Por lo tanto, debemos lograr que los estudiantes generen un entendimiento cada vez más profundo sobre su proceso de aprendizaje, sobre su contexto, aplicar sus conocimientos para incidir en él, desarrollar su talento, desbloquear su potencial y florecer.
En este nuevo y complejo paradigma, es clave imaginar nuevos roles, docentes que entiendan las necesidades y diversidades de los grupos para atenderlas mejor y finalmente, integrar a nuestra práctica profesional las tecnologías emergentes. Debemos capacitarnos en pensamiento computacional si realmente buscamos cambios a largo plazo en el estudiante, debemos pasar de enseñar con tecnología a enseñar sobre tecnología. Me gustaría destacar que la herramienta más poderosa para enfrentar estos desafíos es nuestro propio carácter.
En México hay docentes extraordinarios haciendo cosas maravillosas en contextos muy adversos, todos ellos con un carácter excepcional, escucha activa para la búsqueda y entendimiento de diversidades, humildad intelectual y aún con su vasto conocimiento, son aprendices curiosos. Por esto me siento muy orgullosa del reconocimiento a nivel mundial y darle un logro más a la docencia mexicana al ser nominada como una de las 10 mejores profesoras del mundo. Aunque también, para mí, esto significa un gran compromiso y responsabilidad de mantener colaboraciones nacionales e internacionales y seguir compartiendo mi conocimiento como hasta ahora.
Cuando era alumna, tuve dos profesores que hasta hoy recuerdo con respeto y cariño… Ellos, de forma muy especial vieron algo en mí, que yo no alcanzaba a ver y me alentaron a continuar. Confiaron en mis habilidades y virtudes y me acompañaron en mis errores y fracasos. Tal y como yo los recuerdo a ellos, me gustaría que mis alumnos me recuerden, como una persona que los inspira a ser su mejor versión, a no temer a lo desconocido, a tomar riesgos, a trabajar con alto desempeño, a poner al servicio nuestros talentos para el bien común y a enfrentar sus decisiones.
Por eso les invito, a las próximas profesoras o profesores, a explorar y apreciar la gran oportunidad que hoy tenemos para cambiar la educación. A imaginar desde cero las aulas, crear nuevas formas de encuentro y colaboración para la transformación que todas y todos necesitamos, porque los obstáculos en la educación mexicana, como la poca cobertura, las condiciones adversas en zonas rurales, y la falta de reconocimiento social y económico para las y los docentes son prevalentes. Sin embargo, cada niña, niño, adolescente y joven merece un gran docente.
A las y los niños que sueñan con ser maestras o maestros, les comparto que la docencia es un superpoder porque tocamos vidas. Somos la única profesión que forma otras profesiones.
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