Por LCC. Sergio Bailleres F
Dicen que uno siempre vuelve a donde fue feliz y es verdad.
Agradezco a City la oportunidad de reencontrarnos en sus páginas.
Acá hablaremos principalmente de Fútbol, el juego del mundo, el deporte de millones, el más querido.
En esta ocasión no comentaré de los grandes escenarios, las estrellas mundiales, los equipos que marcan época ni las ligas europeas; en esta colaboración andaremos por los caminos de tierra, arena, cemento y grava que conducen a los campos del fútbol amateur.
Ahí donde cada fin de semana un grupo de entusiastas y sus familias dejarán de lado sus preocupaciones y obligaciones, sus labores cotidianas en el taller, la fábrica, el taxi, el hospital, la maestría, el consultorio, el mercado o la escuela para ser por un momento libres; libres en la cancha, con sus cuates, con el balón, con el gusto por jugar y ganar o perder eso es lo de menos.
El Fútbol se encuentra en el campo, en las faldas de los volcanes, en las playas, en la colonia popular, las unidades deportivas, los patios de cemento, las vecindades, las carreteras, los seminarios, centros penitenciarios y lugares impensados.
Una cancha de fútbol marcada con cal, gis, tierra o simplemente sin pintar, con medidas oficiales, con la portería pintada en una barda y obstáculos como bancas o autos descompuestos, algunas con vestidores y otras con árboles que sirven de vestidores, con el infaltable carrito de paletas, las hieleras con cervezas, la tiendita con refrescos y papitas, los niños corriendo, los árbitros veteranos y lo más importante: los jugadores animosos y listos a pesar de la cruda o el desvelo o el desempleo o la crisis o la salud y la enfermedad.
El futbolista amateur es la esencia misma del fútbol, juega por diversión, no cobra, paga por jugar, supera sus limitaciones físicas y futbolísticas, no le importa
sufrir lesiones, ni ser goleado o goleador, disfruta, grita, se emociona, se enoja hasta llegar a los golpes, se calma, celebra, analiza, dirige, comenta, calendariza, junta para pagar el arbitraje, lo mismo aplaude el juego limpio que engaña al árbitro con algún jugador cachirul, apuesta y cobra, apuesta y no paga.
En el plano del talento existen verdaderos diamantes por pulir que bien merecen una oportunidad en cualquier equipo profesional.
La cascarita callejera se da todos los días, es polémica y en esa polémica más de algún árbitro ha corrido por su vida en medio de fenomenales broncas que han ameritado la presencia de la fuerza pública.
Ahí en el llano con el uniforme del Madrid, del Barcelona, del United la mayoría elegantemente piratas, con balones a medio inflar, las bolsitas de agua, las vendas gastadas, las espinilleras prestadas y algunas cervezas camuflajeadas se vive el fútbol.
La próxima ocasión que vaya por carretera y vea a un grupo jugando en un campo polvoriento a las 2 de la tarde bajo un calorón del trópico, apláudales aunque no le guste el fútbol, ahí se encuentran 22 hombres o mujeres junto a un árbitro, que no cobran por jugar y disfrutan la esencia misma del juego.
En los barrios han nacido las estrellas como Maradona en el potrero que lo vio crecer como futbolista en Fiorito, o la historia del sueco Ibrahimovic en el barrio Rosengard en Malmo rodeado de eslavos y bosnios que peleaban a cada rato, y qué decir de nuestro Cuauhtémoc el ídolo de Tlatilco que forjó su carácter a gritos, sombrerazos y broncas callejeras.
Ahí en los barrios y el llano está el fútbol, sin lujos ni pretensiones, con carácter y fortaleza, con el único premio de regresar a casa con la victoria, lista para ser platicada en relatos fantásticos.
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